La fiesta que no fue… y el viaje que será
A veces, las cosas no salen como uno las planea.
Y es en esos momentos cuando toca hacer una pausa, mirar hacia adentro, pensar con calma en lo sucedido, plantear nuevas alternativas y, si es necesario, volver al punto de partida.
Después de meses organizando mi fiesta de cumpleaños número 30, he decidido cancelarla.
Quizá te preguntes por qué.
La respuesta es tan sencilla como compleja: no siempre basta con las ganas, y a veces, aunque el corazón esté lleno de ilusión, las circunstancias nos empujan en otra dirección.
Para mí, cumplir 30 representa una nueva era. Una etapa de madurez, de asumir errores, de entender preguntas que llevan años girando en tu cabeza. Y sí, creo firmemente que los cambios de década se deben celebrar por todo lo alto.
Mi sueño siempre fue hacer una fiesta inspirada en Coyote Ugly: conjuntos de cuero, energía salvaje, la sensación de que el mundo te pertenece por una noche. Esa vibra indomable de las madrugadas eternas donde uno se siente invencible.
Pero ese sueño se quedará, por ahora, guardado en el cajón de las cosas que siempre quise hacer y que quizá no puedan ser.
Entonces… ¿qué hacer con todo eso que quedó en pausa?
Decidí transformar la decepción en otra clase de celebración.
Me voy a Viena. Solo. Como ya es tradición.
Un viaje para recordar quién soy, para pensar en lo que viene, para mirar la ciudad con ojos nuevos y regalarme un comienzo.
Y esto no termina allí.
Un día después, volaré a Londres para reencontrarme con tres amigos.
Caminaremos por sus calles, reiremos, construiremos recuerdos, y así pondré el broche de oro a unas vacaciones que, aunque improvisadas, prometen ser inolvidables.
Porque crecer también es aprender a soltar…
y a buscar la belleza en otras formas de celebrar.