Why wasn’t it me?
Una pregunta sin respuesta (y sin consuelo inmediato)
Hay preguntas que no esperan respuesta.
No porque no queramos una, sino porque, en el fondo, sabemos que no existe.
“¿Por qué no fui yo?” no es solo una frase desgarradora en medio de una película romántica.
Es un grito que todos, en algún momento de nuestra vida, hemos sentido salir desde lo más profundo del pecho.
Carrie Bradshaw la pronuncia con una mezcla perfecta de rabia, tristeza y vulnerabilidad en Sex and the City.
Y no importa cuántas veces hayamos visto esa escena: cada vez duele igual. Porque no habla solo del rechazo. Habla del desencaje. De ese instante en el que miras a alguien que lo fue todo y te das cuenta de que, para él, tú no lo fuiste.
No se trata de ego. Se trata de lo que uno da cuando ama. Se trata del tiempo, del cuerpo, del futuro que imaginaste con la certeza ingenua de que el otro también lo estaba viendo.
Y cuando eso no sucede… quedas solo con una pregunta que no se puede responder.
Empiezas a analizarlo todo:
¿Fui demasiado? ¿Fui muy poco?
¿Si hubiera dicho esto, si hubiera callado aquello?
¿Si me hubiera mostrado diferente?
Pero no hay fórmula. A veces simplemente no encajaste en el molde de sus sueños, aunque él sí parecía encajar en todos los tuyos.
Y eso es lo que más duele. No que no te eligieran. Sino que tú sí lo hiciste.
Nos han enseñado a pensar que el amor se gana, que si uno se esfuerza lo suficiente, el otro se queda.
Pero no es así.
A veces puedes amar con toda el alma… y aún así, no ser correspondido. Y está bien. Duele, pero está bien.
Porque lo hermoso es que aún con el corazón en ruinas, sigues siendo tú. Con todo lo que das, con todo lo que eres.
Y un día, cuando alguien te mire y no dude, cuando no tengas que preguntar “¿por qué no fui yo?”,
entenderás que nunca se trató de ser más o menos.
Se trataba de esperar a quien no te haga dudar ni un segundo de que, esta vez, sí eras tú.